Una de discos: Wild Honey, fotos, zas y cracs

20 Abr

Finjamos que no ha pasado nada, que la semana es una fotografía. Así resultará más fácil ignorar los ruidos y las letras, cualquier palabra. Y escapar a ratos de los cruces de caminos que convierten en una cuesta llegar a casa. Respirar, en mitad de la estampa congelada del invierno, y decidir si merece la pena desbloquear el momento o seguir disfrutando de las ventajas de vivir en una imagen fija.

ImagenFantaseo inventando un videoclip de duración exacta, protagonizado por perfectos desconocidos que bailan al compás un tema del nuevo disco de Wild Honey, un grupo que es una persona, una de esas personas con su sueño. Según los días, elijo «See how my heart is beating», cuando no amanece, o «Gothic fiction», si le da por llover. Sin embargo, lo más probable es que termine tarareando «It’s all in the film», puesto que se me reconoce por mi tendencia a mover los pies. En las paradas de autobús, al quite de los pasos de cebra, frente a la máquina del café. Carezco por completo de ritmo, pero mis pies saben llevarme la contraria.

Fingiendo que algo no ha ocurrido, se consigue el sigilo propicio para una melodía. Eso lo he aprendido gracias a Wild Honey, quien, al contrario que otros músicos, se inspira en los crujidos, en las onomatopeyas y en el chirriar de esa realidad que gatea por debajo de la que la gente escucha. Solo así puedo explicar que su segundo LP, Big flash, traiga a mi memoria una cita de Patrick Modiano: «vivimos a merced de ciertos silencios». Entre canción y canción del disco, antes de que empiece, justo a su término, los espacios en blanco me dan mucha rabia porque algo se quedó corto. Como el pantalón que con 6 años te valía, y la mañana después de un constipado con fiebre, dejó ver los calcetines y un trozo de espinilla. El refresco que sirven antes del primer plato en un restaurante. Una lengua de gato y un macarrón. El primer baile con una chica. El tiempo que tu padre te agarró la bici el día que dejaste los ruedines.

ImagenWild Honey es lo que hoy llaman proyecto personal, como si las apuestas en grupo no fueran de uno. Desde Epic handshakes and a bear hug, quedó claro que prefiere el detalle y la guinda, el kit completo: canciones cortas, sencillas letras y clima soleado. Nadie puede acusarlo de esconderse; se llama como un tema de los Beach Boys y un restaurante de Mayfair, sutil y puntilloso, empeñado en que sus pasos midan siempre lo mismo para alcanzar un sitio desde el que contemplar, con la mano haciendo de visera, el atardecer.

Wild Honey es una persona, una de esas personas con varios héroes y pocos ídolos que aún confía en el entusiasmo como forma de vida. Quiso emplear los ahorros en que Brad Jones mezclara sus canciones en Nashville con el primer disco, e hizo las maletas para que Tim Gane, de Stereolab, le grabase el segundo en un loft de Berlín. Esta vez, no confinó sus instrumentos y cacharros a las cuatro paredes de su casa. Viajar y moverse, circular, se corresponden con su concepto de la música, un oficio que muchos otros identifican con el humo y las resacas. Big flash huele a ropa planchada y manos en los bolsillos. Viene a cuento de una primavera que a ratos imita el verano, y de un verano que parecerá pequeño, corto y a la altura de una vieja fotografía.

 

 

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